La artrosis es un trastorno crónico que causa alteraciones en el cartílago y los tejidos circundantes, y se caracteriza por dolor, rigidez y pérdida de la función.
El dolor, a menudo caracterizado por su intensidad y profundidad, es el síntoma inicial destacado en casos de artrosis. Su presencia en las articulaciones de carga se correlaciona con un agravamiento durante actividades que implican carga corporal, como la posición de pie prolongada. Algunos individuos experimentan rigidez articular después de períodos de inactividad, como al despertar, si bien esta tiende a disiparse en aproximadamente media hora, especialmente con movimientos articulares.
A medida que progresa el trastorno, la movilidad articular se ve comprometida, impidiendo el completo estiramiento y flexión. El crecimiento óseo adicional y el aumento del tejido sinovial pueden aumentar el tamaño de las articulaciones. La irregularidad en los cartílagos conduce a sonidos de crujido al mover las articulaciones, junto con dolor al tacto.
Así, podemos clasificar la artrosis en dos grupos: primaria, sin una causa definida, esta puede afectar solo ciertas articulaciones, como la rodilla o el pulgar, o puede afectar a muchas articulaciones. Y secundaria, asociada a otras patologías (hemocromatosis [exceso de hierro en el organismo], gota, diabetes mellitus, displasias óseas, infecciones, lesiones, etc.).
No está claro si la artrosis es una única enfermedad o un espectro de patologías con unas manifestaciones clínicas y radiológicas similares.
Sea o no conocida la causa última de la enfermedad, sí que podemos hablar de una serie de factores estrechamente ligados a su desarrollo:
Además de influir el sexo, la edad y la herencia en la artrosis, es crucial considerar el papel de la osteoporosis, especialmente en mujeres, cuyo estado hormonal puede desempeñar un papel significativo en el desarrollo de la enfermedad.
La obesidad y la inestabilidad articular, incluyendo la laxitud y deformidades, son factores locales clave que pueden contribuir a la progresión de la artrosis. Además, los traumatismos repetidos y la sobrecarga articular pueden exacerbar los síntomas y el deterioro de las articulaciones.
La investigación ha identificado una serie de genes que están estrechamente asociados con el desarrollo de la artrosis. Estos factores genéticos pueden evaluarse de manera efectiva mediante un sencillo test de saliva, lo que proporciona una comprensión más profunda del riesgo individual y permite estrategias de prevención y tratamiento más personalizadas.
No existen alteraciones de laboratorio específicas de la artrosis ni marcador alguno que permita hacer un diagnóstico o seguimiento de la enfermedad.
la exploración física, y las alteraciones de las articulaciones en las radiografías (como el agrandamiento óseo y disminución del espacio articular).
Aunque lo más típico es observar un estrechamiento de espacio articular asociado a esclerosis subcondral, aparición de osteofitos marginales (prominencias óseas), quistes y anormalidades del contorno óseo.
La resonancia magnética (RM) puede revelar cambios precoces en los cartílagos y edema óseo subcondral por sobrecarga, pero rara vez es necesaria para establecer el diagnóstico
Los principales objetivos del tratamiento de la artrosis son:
La artrosis es una enfermedad degenerativa que afecta el cartílago articular, provocando dolor. Aunque no tiene cura, es prevenible y tratable. Mantener un peso adecuado y hacer ejercicio regularmente ayuda a prevenirla. El tratamiento se centra en aliviar el dolor con analgésicos y antiinflamatorios, además de terapia física para mantener la musculatura y controlar el dolor. Las infiltraciones son una opción adicional. La cirugía, como el reemplazo articular, es el último recurso. Es crucial que el paciente se involucre en la prevención y el autocuidado para gestionar la artrosis de manera efectiva.
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